Un fin de semana cualquiera en Nueva York

Todo comienza un sábado por la mañana, tomando el autobús que va a la ciudad. Éste no es un autobús cualquiera, tiene nombre propio: The Jitney. Durante el viaje te ofrecen un snack y una botellita de agua (para que te duela menos el precio que tienes que pagar por el viaje). Afortunadamente, también tiene wifi, así que puedo ponerme al día con los emails y echar la lotería para varios musicales de Broadway. 
Aproximadamente, a la hora y media diviso el ya tan familiar skyline, reconociendo el Empire State y la Freedom Tower de manera automática. En este preciso momento es cuando comienzo a sentir un cosquilleo que me hace sonreír, una sonrisa nerviosa aparece en mi cara debido a la mezcla de sentimientos entre la emoción que siento por la ciudad y el enigma de lo que ocurrirá en los dos próximos días.
En 1h 45min ya estoy en mi destino, son las 10 de la mañana y el sol brilla reflejándose en las ventanas de los rascacielos de hormigón. En mi camino hacia el apartamento se cruza el majestuoso Central Park, esa gran extensión de árboles, lagos, puentes y caminos que rompe con la seriedad de los edificios de Midtown y el asfalto tan protagonista de la isla de Manhanttan.
Paro un segundo para descansar, respiro profundamente y dejo que el sol me de en la cara. Me invade la tranquilidad y el buen ambiente que siempre hay en el parque.


Habiendo inspirado la energía positiva que me proporciona este lugar, es momento de continuar mi camino.
Dejo la bolsa de viaje en el apartamento y es hora de comprobar el correo para ver si ha habido suerte con algún musical. Guess what? ¡Me ha tocado An American in Paris a las 2pm! ¡Tercera lotería que consigo! Me pongo muy contenta, ya tengo plan para la tarde. Me preparo y ya es hora de comer así que me propongo parar en algún sitio de camino al teatro. Llego a Columbus Circle y en la esquina de Central Park hay diferentes puestos de comida. Decido probar algo nuevo y, así es como llego a mi chicken over rice que como en un banco de Central Park. No creo que sea lo más sano, pero alguna vez había que probar algo de estos carritos que invaden la ciudad. 


Llego al teatro, ¡primera fila! Y me pongo nerviosa porque estoy esperando los emails de los musicales de la noche. Esta vez no hay suerte así que pienso en otro plan para cuando acabe el musical. Disfruto mucho viendo la obra y los grandes artistas, todos bailarines de ballet, cantantes y actores... Mamma Mía! 



Cuando acabo me doy prisa porque quiero ver el atardecer desde Brooklyn, uno de mis lugares favoritos. De nuevo me invade la paz y la felicidad por la belleza de lo que estoy viendo.








  Ya es casi de noche y con la puesta del sol también han caído las temperaturas, así que busco como llegar al cine independiente IFC Center de Greenwich Village donde echan los cortos nominados a los Oscars. 
Llego a la parada de metro y está cerrada por obras, muy típico del metro de NYC, así que tengo que buscar la parada más cercana (que esté enamorada de NY no significa que sea una ciudad perfecta ;) ). 
Cuando llego al cine son las 19.30 y la sesión es a las 8.35 así que busco algún sitio para cenar. Me apetece sentarme en un sitio calentito y cenar tranquilamente pero solo veo un McDonalds, sitios minúsculos donde venden pizza y muchos clubs en cuyas puertas la gente comienza a alinearse para pasar la noche del sábado. 
Amplío mi diámetro de exploración y descubro una calle más tranquila donde hay restaurantes, uno que hace esquina me llama la atención y cruzo para mirar el menú. Tiene buena pinta y es un precio medio así que me aventuro a cenar sola aquí. Ambiente relajado y distendido, luz suave y velas en las mesas. Pido mis Mac&Cheese en la barra. Me acomodo en una mesa alta. Cuando traen mi plato veo la ensalada que acompaña a la pasta y mi primer impulso es dejarla a un lado, quien me conoce sabe que yo y las verduras no tenemos muy buena relación. Pienso durante unos segundos y decido retarme, estoy sola en NYC y hay que hacer cosas para no aburrirse ;). Así fue como comí un poquito de ensalada, algo que no he hecho jamás en mi vida.


Orgullosa, me voy al cine a ver los cortos nominados a los Oscars, que eran la noche siguiente, ya que conozco a una persona que ha participado en uno de ellos, Ave María
Buenos cortos, pero la mayoría bastante deprimentes, fue una lección de realidad.

Con esto el sábado se acaba y es momento de ir a descansar que llevo desde las 7 de la mañana sin parar. Hay que reponer fuerzas para el día siguiente.


El amanecer me despierta, me levanto para ver el espectáculo que da el sol al salir cada mañana y vuelvo a la cama un par de horas más.

Me levanto y me preparo para un día largo, sé que no voy a volver hasta la noche. Comenzamos por un desayuno de campeones en Starbucks aprovechando la tarjeta regalo recibida en Navidades.



Me pongo en camino a la segunda sesión del Club de Lectura "Carcajadas" en Harvard Club. Dos horas de conversación muy interesantes al hilo de la lectura de Nada. Me reconforta poder ayudar a estudiantes de español que tienen una gran motivación.

Terminamos a las 14.00 y a las 15.00 comienza la clase de salsa en 2 con el rey del Mambo, Eddie Torres. No me da tiempo a nada más que a pararme a por un perrito caliente, creo que el primero que como en estos cinco meses. Además, me da tiempo a charlar un ratito con la auxiliar de conversación que está trabajando en Brooklyn.



Llego a The Ball NY y lo primero que encuentro es la sala principal de bailes de salón con sus elegantes y estilizados bailarines practicando, me cambio de zapatos y entro en la clase de salsa. Allí están María y Eddie Torres, preparados para comenzar la clase. Tras dos horas de locura transformada en pasos de baile me preparo para el siguiente evento, el social.







Antes necesito parar, sentarme y comer algo que me de fuerzas para aguantar las últimas horas del día bailando. Me voy fijando en todos los restaurantes que hay por el camino y en el cielo (siempre hay que mirar hacia arriba en NYC).

Al fin me topo con un deli (Delicatessen) que tiene zumos de frutas naturales, así que allá que voy, también mi primer deli. Pido un panini y un zumo de naranja natural, cosa que extraña al dependiente porque aquí, cuantas más frutas mezcles, mejor ("Only Orange? Sure?"). ¡Qué bien me sienta el zumo! Cada gota me inyecta energía. Ya estoy preparada para LVG Salsa Social.



Llego al portal, subo a la planta 9, pago la entrada, me cambio de zapatos, busco un lugar para dejar mis cosas, se acaba la canción que estaba sonando y ya viene alguien a sacarme a bailar. A partir de ese momento es un no parar, baile tras baile. Hay gente de todas las edades, nacionalidades y estilos, todos sonriendo y disfrutando de cada canción. Bailes con quien bailes el objetivo es pasarlo bien y disfrutar. Tengo que parar porque estoy totalmente desentrenada, un social cada tres meses no renta... (me quedo pensando qué puedo hacer al respecto...) me bebo una botella de agua y vuelvo al campo de batalla. Estoy agotada pero quiero seguir disfrutando de la música, de la mezcla que ofrece un social neoyorkino, seguir empapándome de la actitud positiva y de la alegría que la salsa lleva implícita. Bebo otra botella de agua y hago el último intento que me derrota, salí del apartamento hace más de 10 horas y llevo tres horas y media bailando sin apenas descanso. Me siento un ratito a tomar el último respiro de alegría y sabor. Me voy satisfecha y feliz a tomar el metro de vuelta al apartamento. Me habría gustado seguir bailando pero cuando el cuerpo dice que ya es suficiente, hay que escucharlo. En mi camino voy pensando como puedo entrenarme para poder aguantar las dos horas de la clase más las tres del social.



Llego al apartamento con los Oscars en mente, ¡es noche de Oscars y conozco a alguien que está allí! Normalmente no me intereso mucho por estos premios, sin embargo cuando hay alguien conocido personalmente, cobra todo un nuevo sentido, ¡qué emoción!
Espero al premio al mejor cortometraje (Academy Award for Best Live Action Short Film). Finalmente no gana, pero le veo en la tele, y me hace ilusión. Ha debido ser un sueño para ellos tener esta gran oportunidad.
Tras saber el resultado, me voy a la cama, no puedo más...

Son las 6:30 y la luz del amanecer vuelve a despertarme, aún no ha salido el sol, pero el horizonte se torna anaranjado. Estoy mareada por el agotamiento de los últimos días, mi cuerpo ya no está hecho a este nivel de actividad, pero me mantengo observando los cambios del cielo mientras el sol se asoma tímido entre los edificios.

Descanso una hora más y preparo todo para volver a la rutina. Estoy agotada, dolorida, contenta por todo lo que me ha ofrecido la ciudad en dos días, pero triste porque me tengo que ir.
Pero antes de dejar la ciudad me doy un capricho, voy por primera vez a Magnolia, pastelería que se hizo famosa por Sexo en Nueva York. Mi último treat en Nueva York, lo último de mi lista de cosas nuevas hechas durante el fin de semana.



En mi camino hacia la parada de autobús tengo que volver a cruzar Central Park y me pongo nostálgica. Observo a deportistas, paseadores de perros, ejecutivos elegantes con sus maletines. Todos se cruzan en este gran parque bajo mi atenta mirada y me esfuerzo por llevarme esta sensación conmigo.

Por último me quedo mirando a los patinadores en la pista de hielo, ¡claro! ¡sigue siendo invierno! Si hubiese caído en que seguía habiendo pistas de patinaje sobre hielo lo habría incluido en mi lista, pero bueno, otra vez será...

Apuro hasta el último segundo en Central Park y cuando retomo mi camino hacia el autobús me invade la tristeza. Voy a echarte de menos NYC...





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